Al pensar en
mi recorrido, en mi aprendizaje, lo primero que me sale expresar va por el lado
de una de mis aficiones, la escritura.
Y
honestamente, pensaba que no había una gran oscilación a la hora de escribir
después de dos años, pero hace unas semanas, ordenando y hojeando las carpetas
de años anteriores, encontré unos textos que me sorprendieron; cambié mucho mi
forma de escribir. Ahora es mejor, peor, no lo sé. Podría diferenciarme
de la pasada en tener un poco más de facilidad para expresarme; adquirí más
vocabulario, o pude amigarme un poco más con palabras que antes no conocía muy
bien. Pero la verdad, es que creo que el verdadero aprendizaje –dudo que sean
necesarias clases de literatura para aprender vocabulario-, no puede ser consciente, por eso me produce una tanta
incertidumbre escribir esto. ¿Soy yo quién sabe si aprendí o qué aprendí?
Con la
lectura me pasó algo similar. También permanecía este pensamiento de que no
había cambiado o aprendido nada y lo reforzaba aún más mi vigente dificultad
ante comprender y analizar un texto narrativo. Y es que este último tiempo
probé leer. Leer por mi cuenta, sin que el libro vaya volviéndose traslúcido a
medida que voy recorriendo las oraciones, que vaya desapareciendo y dejando
ver, imponente, la fecha de entrega de un trabajo que vehemente arrasa a todas
las palabras dejando a las hojas y a la mente en blanco. En cambio,
frustración, desgano.
Y quizás fue
interesante esta lectura de los cuentos -eran cuentos los de la probada de
leer- por mi cuenta, porque a medida que iba leyendo uno de ellos, me surgieron
ganas de escribir, como me pasaba hace mucho tiempo. También me produjo más sensaciones, me dio más ideas. Esto es quizás todo lo que puedo reconocer que aprendí, o que cambió; todo lo consciente.
Pero más allá de lo mínimo positivo que pueda resultar haber encontrado algún
efecto después de estos dos años, no puedo evitar que merodee por mi cabeza esto
que es lo que en verdad me lleva a estar escribiendo.
Que es
difícil, porque más allá de que no sea consciente de lo que aprendí según mi
teoría escasamente argumentada, sé que no pude aprovechar todo lo que me pudo
haber proporcionado la materia. Difícil emocionalmente, porque a pesar de que
leer un libro, al menos por ahora, no sea algo apasionante para mí, las
palabras cumplen un rol muy importante en mí. O en todos en realidad, pero esto
es como cuando aquel profesor de física que sabe que sin la óptica geométrica no
podríamos vivir, cosa que no dudo que sea verdad y que tampoco me interesa, se lamenta ante la falta de interés ajena. Las
palabras me ponen en el lugar del físico incomprendido al pensar en vivir sin
ellas. Admiro su poder, admiro a la gente que habla bien, a quienes usan las
palabras exactas para describir algo; me pueden generar un gran disgusto la
mala gramática, la mala ortografía, el mal uso de los verbos. Algunos me dicen
que tengo que ser profesor de lengua. Pero cuando veo una frase, e
independiente de cómo esté escrita gramaticalmente, me viene ese gusto suave,
esa admiración donde ya juegan los sentidos y no la moral ortográfica, o cuando
veo una biblioteca llena de libros esperando, o al recordarme a mí, de más
chico, leyendo disfrutando, o cuando yo mismo, a pesar mío, me encuentro
abriendo un libro sin motivos que entienda, me doy cuenta de que la literatura
no escapa a esta afición a las palabras. Y es por eso, supongo, que haber
perdido al arte de las palabras como una compañera estos dos años, porque sé
que nunca me esmeré en la materia, me produce un dolor grande, como el de una
despedida a alguna gran posibilidad. Nada impide que pueda seguir leyendo, y si
me dan ganas voy a hacerlo, pero de todas maneras allí se fueron, marcando el
recuerdo de la secundaria, la posibilidad de mostrar mi esfuerzo, mostrar mis ganas,
tener una referente con este arte, leer libros. Y esto me pasó por la cabeza
toda la última clase de literatura. Y ahora mismo me doy cuenta de que no me
salió decir nada de esto pero que lo puedo escribir. Y a partir de esto, se
sigue acorralando y quedando sin escapatoria este supuesto desinterés de la
literatura, de la escritura. ¿Por qué escribo entonces? Y es la tristeza que tengo ahora
la que termina de devorar a esta creencia del desinterés, y hacerme ver que
creo que me excedí de la consigna. Qué bueno, una vez.
Es curioso,
es como que si quiero saber si me gusta leer o no, tengo que leerme. No dejarme
llevar por el discurso del personaje principal, ver los indicios. Por eso no me
aseguro de lo que creo sentir para basarme en mi interés.
Expresada esta zozobra, o
al menos saciado un poco tras el descargo, vuelvo un poco a la consigna.
Aprendí,
supongo que sí, pero a pesar mío. Quizás obtuve lo más básico, que es saber que
existen los libros. Saber que hay algo más que caracteres y hojas en uno.
Supongo que aún estoy en proceso de saber qué es lo que hay, si es que rescaté
algo de las clases. De todas formas, saber lo que hay puede ser independiente a
las clases.
Ahora, a ver
que va a pasar a lo largo de la vida, y bueno, a ver qué va a pasar con las
palabras que aún me van a estar acompañando, ¿a pesar mío?, como profesor de
lengua. Y literatura.
Dante: me emociona y me parece interesantísimo todo lo que expresás en tu relación con la literatura, la lectura y los libros. Creo que pese a la tristeza, te queda la llave a un mundo que podés descubrir más allá del aula y los trabajos... quizás es como vos decís, tenés que leerte, y reconstruir tu relación con todo aquello que añorás. Abrazos fuertes.
ResponderEliminarEn y con las palabras puede alcanzarse el goce, sí; pero también el dolor y la frustración. Entre uno y otro, están la búsqueda, el trabajo, la insistencia y la levedad; las zonceras, la intuición, el silencio y la sed y... Ojalá se separen el deber ser y el deseo para que puedas ver y encontrarte; jugar como niño y hacer del mundo un espacio de revelaciones.
ResponderEliminarNo sé traducir lo que me dice el corazón; tu tristeza se ha hecho un poco mía y este encontrarnos deviene despedida. Con extrañeza y cercanía, el deseo dice buena vida, apasionada y habitada de sueños y logros a la altura de tu mirada.
"Usar la propia mano como almohada.
El cielo lo hace con sus nubes,
la tierra con sus terrones
y el árbol que cae
con su propio follaje.
Sólo así puede escucharse
la canción sin distancia,
la canción que no entra en el oído
porque está en el oído,
la única canción que no se repite.
Todo hombre necesita
una canción intraducible." ( Roberto Juárroz)
Gracias por compartir y dejarme leer eso que estaba ahí, peleando para salir.
Con afecto y abrazo apretado.
Graciela