Me levanté a trompicones pateando el
dolor de cabeza, como pude me llevé hasta el baño y me paré en frente del
inodoro desbebiendo toda la noche anterior. Cerré mi cremallera, ¿Por qué el
pantalón se sentía tan ajustado? Rápidamente me lo quité para dejar
respirar mi piel ahogada.
Volví con desconcierto a la cama para
calmar la puntada que sentía en mi sien, me arrojé sin pensarlo al colchón y
noté a mi lado algo de lo que no me había percatado antes, un cuerpo dormido
bajo las sábanas. Cómo era posible que no recordara a aquella persona? Quizás
eso explicaba el ceñido jean. Decidí despertarla y comencé a acariciar su
pierna que parecía exageradamente tonificada, continué subiendo mi mano hasta
encontrar su sexo. Mi grito resonó tan fuerte que reavivó al muchacho de un
salto.
-¿Quién sos? ¿Qué haces acá?
-¿Vos quién sos y dónde está Andrea?-
Hasta ese momento no se me había ocurrido pensar en mi procedencia, lo
único que podía recordar era aquel nombre: Andrea. Estaba en todos lados, en
cada parte de mí como gritándome algo que no podía comprender pero que sonaba
familiar, algo intrínseco.
El dolor de cabeza aumentaba mientras
trataba de pensar en ese nombre, en mí, en el hombre de la cama. Tenía muchas
preguntas, muchas dudas y pocas certezas. Mire a mi alrededor, a la habitación
de paredes anaranjadas, había una mesita llena de pinturitas, aritos y más
chirimbolos femeninos. Había fotos. De repente, las caras que allí aparecían
cobraron sentido, los conocía era indudable, surgían nombres y títulos. ¿Qué
hacían ahí?
De repente, el sonido
de la puerta cerrándose bruscamente me sacó de mis pensamientos, ni siquiera se
había despedido. Me dirigí hacia la sala, en el momento en el que el
contestador de mi celular se prendía diciéndome “Hola Andi, soy yo, Pablo, pasó
algo raro ¿Por qué cuando me desperté no estabas? Y ¿Por qué había un hombre a
mi lado preguntándome quién era? Yo, yo…yo no sé qué pasó, necesito verte.”
Y si algo podía confundirme más era ese
mensaje, cerré los ojos procurando calmarme unos instantes, pero no funcionó,
seguía sin tener una identidad, seguía sin reconocerme. Decidí recorrer la
casa, continuar buscando aquellas pequeñas cosas que me resultaban conocidas.
Me encontré con un gran closet, cuando
lo abrí vi exactamente lo que esperaba: estaba repleto de ropa femenina y
diminuta para mi figura, pertenecía a una mujer pequeña, pero ¿Quién era
ella? Todo resultaba extraño. Seguí recorriendo, me dirigí al baño, la tabla
del inodoro baja. Como a mí me gustaba. ¿Como a mí me gustaba? ¿Desde cuándo?
No lo sabía.
Decidí bañarme, así que abrí la ducha y
entré bajo la lluvia. Tomé el jabón y comencé a pasarlo por mi cuerpo,
experimentando con éste cada milímetro, cada capullo que formaba mi piel.
Continué deslizando las burbujas por debajo de mis caderas, era una sensación
relajante que permitía aclarar mis pensamientos. Me encontré con aquello que
parecía sobrar, que reconocía como nuevo, o más bien que me parecía tan ajeno,
la única parte de mí que parecía estar fuera de lugar. De dónde provenía esa
sensación, era igual a las otras tantas cosas, desconocido para mí.
Entré en pánico y quise salir
rápidamente de la ducha, lo cual fue una mala idea ya que me tropecé y me dí
directamente la frente contra el espejo del baño. El líquido rojo espeso
comenzó a correr bajando por mi cara, abrí sin muchas vueltas el pequeño
armario sobre el lavamanos del cual cayeron pastillas, medicamentos, apósitos y
lo más extraño de todo un pote de cera. Ya no interesaba la herida en
mi frente, hui de aquel infierno y sin poder esperar más me eché a llorar
en el frío piso de mármol.
Esto no podía estar ocurriendo. No
podía ocurrir.
Abrí cajas, armarios, estantes y la que
debía ser mi mesita de luz, lo que encontré fue un pequeño cuaderno de
tapa dura sobre esta. Lo abrí y en la primera hoja decía “Andrea O.”, de nuevo
ella, invadiendo todo. Que se fuera, eso quería, que se fuera y me dejara vivir
en paz, que las cosas resultaran normales, recordar todo, encontrarle sentido a
ese lugar y a mi.
Andrea.
Despacio, fije mi mirada en el vidrio
de la ventana, primera vez que miraba hacia afuera. Vi mi reflejo en el vidrio,
de pronto, todo pareció más claro. Me vi en las fotos, en la ropa, en los
espejos, me vi sin dudar un segundo quién era.
Andrea.
lástima que me habían adelantado de qué se trataba, porque está bueno. Además con el nombre que tiene, hay que ser muy nabo/a para no darse cuenta jaja, me gustó gustó.
ResponderEliminarJajajajaj, gracias de todas formas
ResponderEliminarExcelente título y muy buen comienzo; sin embargo, dado que el intercambio de cuerpos no es una idea original, se torna previsible.
ResponderEliminarrever cómo va descubriéndose a través de la exploración de su propio cuerpo, porque no es creíble cuánto se demora y en el momento en que se sorprende.
Muy bien escrito.
Buen trabajo: 8