Esa tarde, como todas las demás, Leila se encontraba en aquel banco que pasaba desapercibido al fondo de la clase. Era una joven de apenas dieciocho años, de pocas palabras, solitaria, no salía demasiado y era un tanto tímida. Desde que entró a la secundaria, las únicas amistades que había logrado conservar eran Natacha y Mara, ya que durante esos cinco años había sido dejada de lado y burlada por sus compañeros por su forma de ser.
Con Natacha y Mara pasaba la mayor parte de su tiempo, ellas siempre intentaban ayudarla, la defendían e incentivaban a integrarse al grupo, a superar su timidez y hacer nuevas amistades.
El curso se encontraba dividido en varios grupos. Uno de ellos era el de los “populares”, el más conocido por todo el colegio, el cual se burlaba de quienes quería sin importar los sentimientos de las personas. El líder de este grupo era Félix, un chico presumido, rebelde, extrovertido, fanfarrón y principalmente mujeriego. Él era el mayor victimario de Leila, ya que desde que había entrado a la secundaria no hacía más que molestarla y burlarla.
Se acercaba el cumpleaños de Natacha, el cual venía preparando hacía mucho tiempo. Tenía pensado hacer una gran fiesta en su casa por sus dieciocho años. Una semana antes invitó a todos sus compañeros del curso, y les dijo que podían invitar a los amigos que quisieran. A quien le costó convencer de que fuese a la fiesta fue a Leila, pero terminó lográndolo.
Era sábado por la tarde, y las tres se empezaban a preparar para la fiesta en la habitación de Natacha. Se hicieron las diez de la noche, y comenzaron a llegar los invitados mientras las chicas terminaban de preparar todo. Cuando por fin ya estaba todo listo, la fiesta comenzaba, Leila estaba nerviosa e incómoda dentro de aquel ambiente que no le pertenecía, no estaba acostumbrada a tanto descontrol. Sus amigas notaron su comportamiento e intentaron integrarla con los demás. La llevaron a la cocina, donde se encontraban los amigos del instituto de inglés de Natacha. Estuvieron un rato largo hablando con ellos y bebiendo algunos tragos, hasta que en un momento Natacha y Mara se fueron con dos chicos y Leila quedó sola con los demás. Habló con algunas chicas por un rato y compartió algunos tragos más. Pero fue en ese momento cuando Félix entró a la cocina, y Leila aunque estaba un poco mareada logró reconocerlo. Venía hacia ella. Él le dijo algo, pero ella no lo escuchó por la música fuerte, sin embargo se dio cuenta que estaba borracho. Él comenzó a hablarle con mucha confianza, amigablemente. Ella al principio se sintió rara en aquella situación, ya que estaba frente a ese chico que tanto la había hecho sufrir, pero en el fondo, lo deseaba. Luego de un rato, y con el efecto del alcohol logró soltarse un poco más. Él le invitó un trago y sin que ella se diera cuenta, le agregó una pastilla alucinógena. Mientras bailaban ella lo tomó y su efecto fue inmediato. De pronto empezó a sentir un cosquilleo por todo el cuerpo, y su mareo era cada vez mayor.
Era domingo. Despertó. La resaca se apoderó de ella. Hasta el más mínimo ruido parecía un estruendo. Miró a su alrededor, nada le parecía familiar. La cama, la habitación, nada. Al único que reconoció fue a Félix, acostado a su lado. En la desesperación de no entender nada se levantó y rápidamente corrió al baño. Entró y cerró la puerta con llave. Se miró al espejo. Las preguntas la invadían. Confusión. Fue en ese momento cuando notó que ya no era su figura la que se reflejaba en aquel cristal redondo. Era ella, pero no. Creyó que se había vuelto loca. Del otro lado del espejo su doble ya no respondía a sus movimientos. Leila se impactó, no sabía qué era lo que sucedía. La Otra le habló y le preguntó por qué había tenido esa reacción, haberse escapado así de Félix. Leila, no entendía que era lo que sucedía, tampoco tenía respuesta a eso, ella no sabía cómo había llegado allí. Al ver su reacción, la Otra le contó lo ocurrido la noche anterior y le dijo que debía estar feliz por eso, había vencido su timidez, y se encontraba al lado de aquel chico, que a pesar de todo, deseaba hacía años. Leila comenzó a recordar algunas cosas, pero no estaba de acuerdo con Ella, al contrario, aquella situación la aterrorizaba cada vez más. Fueron apenas minutos, que para Leila fueron eternos. La discusión entre ellas aumentaba, ya no eran solo comentarios, eran gritos. En medio de todo ese estallido Leila se dio cuenta de que era una estúpida discusión con ella misma y fue tan solo un impulso, sin pensarlo, agarró lo primero que encontró y lo arrojó contra el espejo. Fue tal vez la peor decisión que podría haber tomado. Algo inesperado ocurrió. Una sensación de escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Ya no era ella, sino la Otra.
Salió del Baño, y allí estaba Félix, sentado en la cama, esperándola. Ella se acercó. Ambos se miraron, ninguno comprendía con certeza qué había ocurrido allí. Primero habló él, le preguntó si se sentía bien. Ella le dijo que sí, pero un poco confundida. Hablaron de la fiesta, de lo que se acordaban, que no era mucho. La confianza era cada vez mayor, como si fuesen amigos de toda la vida. También recordaron anécdotas del colegio, él le pidió perdón por haberse burlado tanto tiempo de ella, se sentía arrepentido, sentía que comenzaba a conocerla. Le ofreció tomar café para acompañar la charla, ella aceptó. Así pasaron toda la tarde, y cuando quisieron darse cuenta, la noche asomaba. Félix no quiso dejarla ir porque ya era tarde, así que la invito a quedarse, ella aceptó. Pasaron esa noche juntos, pudieron hablar más y conocerse mejor.
El curso se encontraba dividido en varios grupos. Uno de ellos era el de los “populares”, el más conocido por todo el colegio, el cual se burlaba de quienes quería sin importar los sentimientos de las personas. El líder de este grupo era Félix, un chico presumido, rebelde, extrovertido, fanfarrón y principalmente mujeriego. Él era el mayor victimario de Leila, ya que desde que había entrado a la secundaria no hacía más que molestarla y burlarla.
Se acercaba el cumpleaños de Natacha, el cual venía preparando hacía mucho tiempo. Tenía pensado hacer una gran fiesta en su casa por sus dieciocho años. Una semana antes invitó a todos sus compañeros del curso, y les dijo que podían invitar a los amigos que quisieran. A quien le costó convencer de que fuese a la fiesta fue a Leila, pero terminó lográndolo.
Era sábado por la tarde, y las tres se empezaban a preparar para la fiesta en la habitación de Natacha. Se hicieron las diez de la noche, y comenzaron a llegar los invitados mientras las chicas terminaban de preparar todo. Cuando por fin ya estaba todo listo, la fiesta comenzaba, Leila estaba nerviosa e incómoda dentro de aquel ambiente que no le pertenecía, no estaba acostumbrada a tanto descontrol. Sus amigas notaron su comportamiento e intentaron integrarla con los demás. La llevaron a la cocina, donde se encontraban los amigos del instituto de inglés de Natacha. Estuvieron un rato largo hablando con ellos y bebiendo algunos tragos, hasta que en un momento Natacha y Mara se fueron con dos chicos y Leila quedó sola con los demás. Habló con algunas chicas por un rato y compartió algunos tragos más. Pero fue en ese momento cuando Félix entró a la cocina, y Leila aunque estaba un poco mareada logró reconocerlo. Venía hacia ella. Él le dijo algo, pero ella no lo escuchó por la música fuerte, sin embargo se dio cuenta que estaba borracho. Él comenzó a hablarle con mucha confianza, amigablemente. Ella al principio se sintió rara en aquella situación, ya que estaba frente a ese chico que tanto la había hecho sufrir, pero en el fondo, lo deseaba. Luego de un rato, y con el efecto del alcohol logró soltarse un poco más. Él le invitó un trago y sin que ella se diera cuenta, le agregó una pastilla alucinógena. Mientras bailaban ella lo tomó y su efecto fue inmediato. De pronto empezó a sentir un cosquilleo por todo el cuerpo, y su mareo era cada vez mayor.
Era domingo. Despertó. La resaca se apoderó de ella. Hasta el más mínimo ruido parecía un estruendo. Miró a su alrededor, nada le parecía familiar. La cama, la habitación, nada. Al único que reconoció fue a Félix, acostado a su lado. En la desesperación de no entender nada se levantó y rápidamente corrió al baño. Entró y cerró la puerta con llave. Se miró al espejo. Las preguntas la invadían. Confusión. Fue en ese momento cuando notó que ya no era su figura la que se reflejaba en aquel cristal redondo. Era ella, pero no. Creyó que se había vuelto loca. Del otro lado del espejo su doble ya no respondía a sus movimientos. Leila se impactó, no sabía qué era lo que sucedía. La Otra le habló y le preguntó por qué había tenido esa reacción, haberse escapado así de Félix. Leila, no entendía que era lo que sucedía, tampoco tenía respuesta a eso, ella no sabía cómo había llegado allí. Al ver su reacción, la Otra le contó lo ocurrido la noche anterior y le dijo que debía estar feliz por eso, había vencido su timidez, y se encontraba al lado de aquel chico, que a pesar de todo, deseaba hacía años. Leila comenzó a recordar algunas cosas, pero no estaba de acuerdo con Ella, al contrario, aquella situación la aterrorizaba cada vez más. Fueron apenas minutos, que para Leila fueron eternos. La discusión entre ellas aumentaba, ya no eran solo comentarios, eran gritos. En medio de todo ese estallido Leila se dio cuenta de que era una estúpida discusión con ella misma y fue tan solo un impulso, sin pensarlo, agarró lo primero que encontró y lo arrojó contra el espejo. Fue tal vez la peor decisión que podría haber tomado. Algo inesperado ocurrió. Una sensación de escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Ya no era ella, sino la Otra.
Salió del Baño, y allí estaba Félix, sentado en la cama, esperándola. Ella se acercó. Ambos se miraron, ninguno comprendía con certeza qué había ocurrido allí. Primero habló él, le preguntó si se sentía bien. Ella le dijo que sí, pero un poco confundida. Hablaron de la fiesta, de lo que se acordaban, que no era mucho. La confianza era cada vez mayor, como si fuesen amigos de toda la vida. También recordaron anécdotas del colegio, él le pidió perdón por haberse burlado tanto tiempo de ella, se sentía arrepentido, sentía que comenzaba a conocerla. Le ofreció tomar café para acompañar la charla, ella aceptó. Así pasaron toda la tarde, y cuando quisieron darse cuenta, la noche asomaba. Félix no quiso dejarla ir porque ya era tarde, así que la invito a quedarse, ella aceptó. Pasaron esa noche juntos, pudieron hablar más y conocerse mejor.
Era domingo. Despertó. La resaca se apoderó de ella. Hasta el más mínimo ruido parecía un estruendo. Miró a su alrededor, nada le parecía familiar. La cama, la habitación, nada. Al único que reconoció fue a Félix, acostado a su lado. En la desesperación de no entender nada se levantó y rápidamente corrió al baño. Entró y cerró la puerta con llave. Se miró al espejo. Las preguntas la invadían. Confusión. Fue en ese momento cuando notó que ya no era su figura la que se reflejaba en aquel cristal redondo. Era ella, Leila, y la que se encontraba esta vez fuera era la Otra. Leila la miró desafiante, e intentó hacerla entender que debía dejarla volver, pero terminaron en una gran discusión, la que otra vez finalizó con el espejo roto.
Volvió a suceder, el cuerpo sintió un terrible escalofrío, y Leila estaba de nuevo allí, como antes.
Salió del baño, y allí estaba sentado al borde de la cama, nuevamente, Félix. Desesperada y sin saber qué hacer inventó una excusa para irse. Lo saludó nerviosa y se marchó.
Félix la llamó esa tarde, quería que fuera a su casa para hablar. Ella, aceptó, y antes del atardecer se encontraba en la puerta. Félix la besó como gesto de saludo, por lo que ella se sonrojó, y quedo paralizada un momento, él lo notó y le dijo que pasara.
Estuvieron hablando un buen rato, él le dijo que la había notado un tanto extraña, pero que la había pasado bien con ella. Ella se quedó callada y no supo qué contestarle. La intriga aumentaba, Leila quería saber qué había hecho la Otra para que Félix la tratara así. La notó tensa, muy nerviosa e incómoda, le propuso volver a quedarse esa noche para hablar. Pero ella optó por irse.
Al día siguiente, Leila llegó tarde a clase. Cuando entró, fijó la vista en Félix, allí estaba, tan deseable, y burlón como siempre, él apenas le echó una mirada. Ella se sentó en el mismo banco de siempre, al fondo. Así transcurrió todo el día y nada, él no le dirigió la palabra, tal como ella esperaba.
Apenas tocó el timbre de salida Leila corrió al baño. Allí, se vio al espejo y se mojó la cara, quería tranquilizarse un poco, ya no sabía ni lo que ella misma quería. Levantó la cara, y allí estaba, otra vez Ella.
Comenzó a hablar, Leila ya no la quería escuchar, tan solo necesitaba estar sola. La Otra le decía que se atreviera a hablarle a Félix en frente de sus amigos, que si ella estuviera en su lugar podría, y que era mucho mejor que ella. Leila se desesperó, no aguantó más. Tomó su zapato y lo arrojó contra el espejo. Eran pequeños cristales desparramados por todo el baño. Pero esta vez fue diferente. Sintió una gran presión sobre su pecho, un dolor profundo. Aquel líquido rojo corría por todo su cuerpo, sus manos rojas intentando frenar la herida. Un cristal atravesaba su pecho, intentó quitarlo, pero no hubo caso. Era demasiado tarde. Se miró por última vez en aquel espejo, ésta vez era su reflejo.
Al día siguiente, Leila llegó tarde a clase. Cuando entró, fijó la vista en Félix, allí estaba, tan deseable, y burlón como siempre, él apenas le echó una mirada. Ella se sentó en el mismo banco de siempre, al fondo. Así transcurrió todo el día y nada, él no le dirigió la palabra, tal como ella esperaba.
Apenas tocó el timbre de salida Leila corrió al baño. Allí, se vio al espejo y se mojó la cara, quería tranquilizarse un poco, ya no sabía ni lo que ella misma quería. Levantó la cara, y allí estaba, otra vez Ella.
Comenzó a hablar, Leila ya no la quería escuchar, tan solo necesitaba estar sola. La Otra le decía que se atreviera a hablarle a Félix en frente de sus amigos, que si ella estuviera en su lugar podría, y que era mucho mejor que ella. Leila se desesperó, no aguantó más. Tomó su zapato y lo arrojó contra el espejo. Eran pequeños cristales desparramados por todo el baño. Pero esta vez fue diferente. Sintió una gran presión sobre su pecho, un dolor profundo. Aquel líquido rojo corría por todo su cuerpo, sus manos rojas intentando frenar la herida. Un cristal atravesaba su pecho, intentó quitarlo, pero no hubo caso. Era demasiado tarde. Se miró por última vez en aquel espejo, ésta vez era su reflejo.
Si bien un relato fantástico rompe la lógica de lo racional, construye una nueva que, sin dar explicación, da sentido a lo sobrenatural para que aparezca como natural. Ustedes no lo logran porque los hechos suceden sin que pueda encontrarse esa naturalidad que permite aceptar lo fantástico.
ResponderEliminarRever puntuación, conectores, tiempos verbales, repeticiones innecesarias.
Estaría bueno que le dedicaran tiempo a la reescritura y saquen el cuento excelente que se esconde en este.
Nota: 6