sábado, 13 de julio de 2013

Gemelos



Mi hermano gemelo Ramiro siempre fue distinto a mi, aunque éramos iguales físicamente teníamos personalidades totalmente distintas. Yo era el gemelo tranquilo, el educado, el que siempre obedecía a mamá. En cambio él era todo lo contrario, era inquieto, desobediente y con mal carácter. Se podría decir que yo era el “bueno” y él era el “malo”.
Vivíamos en Mendoza, cerca del estadio de Godoy Cruz, por lo que nos hicimos fanáticos de ese club. Solíamos ir a la cancha, donde mi hermano siempre generaba problemas con los hinchas rivales antes de ingresar. Era la única actividad que hacíamos juntos, era el único momento en el que parecíamos una verdadera familia. Íbamos con mi mamá y mi papá, hasta el día en que él murió, después de eso dejamos de ir, ya que nos dolía recordar esos momentos en los que el estaba vivo y pensar que ahora ya no estaba, que no volvería.

Recuerdo que siempre que mamá traía visitas a casa, Ramiro trataba de estropear todo, por cualquiera que sea la razón, y sin embargo mi madre me culpaba a mí. En la calle se peleaba con todos por cosas insignificantes o solo por diversión, y ellos también se enojaban conmigo. Todo el tiempo yo debía asumir la culpa por sus acciones, supuse que la gente se confundía debido a que éramos iguales, y jamás me defendía, siempre asumía la culpa, aunque ni siquiera yo sabía bien el por qué.

Durante años fui castigado por sus travesuras y no dije ni una palabra, pero ya no aguanté más, decidí dejar de dar la cara por mi hermano, estaba cansado. Un día, Ramiro se peleó con un colectivero porque este le había cobrado más caro el boleto y, obviamente, me culpó a mí.
-¿Me acabás de insultar? -Dijo el colectivero, acusándome- Bajate del colectivo.
-Pero yo no hice nada, fue él-Me defendí como nunca lo había hecho, acusando a mi hermano, sabiendo que después lo podría pagar-.
-¿De quién hablás?
Ramiro lo interrumpió:
-Dejá, Rogelio, no le hagas caso, bajémonos.
Nos bajamos y caminamos hasta casa, pero las palabras del colectivero resonaban en mi cabeza: “¿De quién hablás?”. ¿Podía ser que el colectivero no lo haya visto? ¿Pero cómo? Si lo tenía en frente…
Ahora todo me daba vueltas; siempre la culpa era mía, como si nadie viera a Ramiro, pero el siempre estaba ahí, ¿Por qué todos lo ignoraban y me culpaban a mi? Había algo raro…

Hasta que un día me di cuenta de todo. Fue en nuestro cumpleaños, el 22 de mayo de 2006. En las calles reinaba la alegría y la paz, todos en Mendoza estaban felices por el tan ansiado ascenso de Godoy Cruz a primera, por primera vez en su historia. Nosotros cumplíamos 9 años, había venido solo mi familia, ya que no tenía muchos amigos. Siempre me había costado mucho integrarme, era muy introvertido y me costaba relacionarme con la gente, al contrario de mi hermano, él no tenía problemas para hacer enemigos.
Yo estaba muy feliz con nuestra torta de Godoy Cruz, con la cara de nuestro ídolo, Sebastián Torrico, fundamental para el ascenso. Antes de que soplara las velas, Ramiro hizo de las suyas y todos, para no perder la costumbre, me culparon a mí, pero sucedió algo raro: Cuando les dije que yo no había sido, que había sido Ramiro, todos me miraron con cara rara. Yo no entendía por qué, y cuando preguntaba me miraban como si estuviera loco y hablaban bajo entre ellos. Pasaron unos largos minutos de confusión, hasta que finalmente mi mamá me llevo a mi cuarto y me preguntó:
-Hijo, quién es Ramiro?
-Ramiro, mamá, mi hermano, ¿Quién va a ser?
-Rogelio vos no tenés hermano, sos hijo único, ¿Estás seguro que Ramiro no es un amigo tuyo?
-No mamá, Ramiro, mi gemelo, tu hijo.
Mi mamá se quedó mirándome con lágrimas en los ojos y luego salió de la habitación, dejándome totalmente atónito.

No volví a ver a Ramiro durante un tiempo. En ese tiempo me llevaron varias veces a un psicólogo, aunque yo no entendía por qué, me gustaba ir allí. Luego de muchas sesiones, el psicólogo me dijo que Ramiro era un producto de mi imaginación, que lo había creado para que hiciera todas las cosas que yo no me animaba a hacer.
Esto me tranquilizó, ya que pensaba que ahora que conocía la verdad sobre mi hermano, nunca lo iba a volver a ver e iba a poder llevar una vida normal y por fin podría hacer amigos.

Sin embargo, una tarde de octubre de 2006, me desperté de la siesta y me llevé la horrible sorpresa de que Ramiro estaba parado al pie de mi cama. Me dijo que lo siguiera. Algo en mi no me permitía negarme, así que no pude evitar seguirlo. Fuimos a la cocina y vimos que no había nada para comer, entonces me pidió que vaya con él al almacén. Luego de tres largas cuadras llegamos y nos pusimos a recorrer las góndolas buscando algo para comer. Yo veía como él tomaba cosas y se las guardaba en el bolsillo, pero no dije nada, no porque no quisiera, sino porque no podía. De repente escuché un grito, era el dueño del almacén que venia corriendo hacia nosotros. Yo inmediatamente pensé que me acusaría a mí, y ya me estaba preparando para pedirle disculpas, pero no, sorprendentemente, pasó corriendo por al dado mío, tomó a Ramiro del brazo y le dijo:
-Mostrame tus bolsillos, yo se que estuviste robándome cosas.
Yo me quede congelado, no lo podía creer, ¿como podía verlo si supuestamente no existía? Salí corriendo del almacén sin mirar atrás.

Toda la situación daba vueltas en mi cabeza. ¿Cómo podía ser que el dueño del almacén lo pudiera ver y los demás no? ¿No era un producto de mi imaginación?
Me quedé dormido con estas ideas en mi cabeza.
Esa noche me desperté agitado después de una pesadilla y me llevé la horrible sorpresa de que Ramiro estaba parado al pie de mi cama. Me dijo que lo siguiera. Algo en mi no me permitía negarme, así que no pude evitar seguirlo. Fuimos a la cocina, pero esta vez, Ramiro no buscó comida, sino que tomó un cuchillo y salió por la puerta. Lo seguí hasta el almacén y observé aterrorizado como apuñalaba al dueño por la espalda.
Me quedé boquiabierto mientras vi a Ramiro avanzar hacia mí con el cuchillo levantado, no entendía lo que sucedía.

Sentía la sangre escurriéndose bajo su cuerpo, pero no sentía dolor. Ramiro estaba en el piso y miraba a Rogelio, sin comprender lo que acababa de suceder. Levantó la mano y observó como se desvanecía, mientras que Rogelio sentía que una parte de él desaparecía.

Durante los años siguientes de su vida, Rogelio tuvo muchos problemas en el barrio y, luego de cumplir 18, con la ley. Era como si esa pizca de moral y decencia que tenía antes de esa noche se hubieran esfumado, ahora nada lo detenía a la hora de actuar de forma inadecuada, como si hubiera perdido su bondad.

1 comentario:

  1. No elaboran un relato fantástico, ya que el trastorno de personalidad que le adjudican al protagonista anula cualquier posibilidad de ruptura de la lógica de lo real. No aparece el tema del doble, por lo tanto, la comprensión del tema trabajado en clase que está siendo evaluado.
    No se justifica el cambio de narrador. Rever el punto de vista y la focalización desde el inicio.
    Rever tiempos verbales, puntuación, vocabulario.
    Nota: 5

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