martes, 9 de julio de 2013

Con una imagen puedo decir mil cosas

                     

   Los primeros días de mayo de aquel 1989 trajeron, junto con el adiós de esas nevadas habituales, las inevitables sonrisas de los habitantes del pueblo. Como era de costumbre, él se encontraba en ese cuartito tan acogedor, un poco frío y oscuro, al que llamaba hogar, y ésta vez sumergido en su más reciente trabajo. Más allá de su indiferencia con respecto a la pintura, se veía obligado a practicarla. Su padre, ese hombre tan reconocido por su destacado talento, reflejado en sus cuadros expuestos actualmente en diversos museos, había impuesto a sus tres hijos la obligación de desempeñar su misma labor. Evidentemente, su orden fue cumplida. Sus dos hijos mayores obtuvieron un abrumador éxito, gracias a lo logrado con sus tantos pinceles y lienzos, mientras que el menor no dejó salir de aquellas cuatro paredes todas las obras que había elaborado a lo largo de su vida.
 Ésta última obra tenía como tema principal el retrato de un simple bailarín, para el cual usaría una paleta cromática de colores fríos, predominando el blanco y el negro. Toda su vida había aspirado a ser algo diferente, y uno de sus mayores sueños era bailar. Obviamente, debido a la decisión que su padre había tomado por él, este deseo había sido reprimido.
 Hacía varios años, había pintado el frente del teatro La Fenice, con las ventanillas de la boletería bajas y aparentemente abandonado. En las últimas pinceladas, comenzó a llegar gente y se fue amontonando en las puertas. En la gran marquesina de la entrada se visualizaba su nombre, el nombre del pintor.
Al ver a éste nuevo bailarín ya finalizado, dejó caer de sus manos su paleta de colores y su cuerpo se paralizó. Aquel cuerpo escultural, con sus brazos extendidos hacia los costados y los pies en punta, comenzó a dar numerosos giros, tan perfectos que asustaban, y cada vez que su rostro se dirigía a su único espectador, el pintor veía, feliz, el suyo. Recordó también aquel teatro, con las ventanillas de la boletería bajas y aparentemente abandonado, y en la gran marquesina de la entrada se visualizaba su nombre, el nombre del pintor. Se levantó exaltado de su banquito verde, miró a su alrededor y todos esos retratos, ya secos y con años de antigüedad, lo miraban; escuchaba voces y ni una sola palabra. Se abalanzó hacia ellos para destrozarlos y lanzarlos hacia las paredes. Agitado y con la respiración entrecortada, sus ojos penetraron en los del bailarín, único cuadro sobreviviente de esa locura. Ya en este estado, nada le importaba, por lo que comenzó a gritarle y hablarle a esa figura, todavía en movimiento. Por sorpresa suya, escuchó y observó, incrédulo, cómo éste articulaba las mismas palabras que él decía, y al mismo tiempo.
 Pasaron los días y sus familiares lo notaron extremadamente ausente, ya no aparecía por sus casas a verlos, ni salía a comprar por los almacenes del barrio como lo hacía cotidianamente. Por este motivo, su padre decidió ir a visitarlo. Cuando lo hizo, lo encontró sentado en el centro de su habitación, rodeado de los restos de todas sus obras, y enfrentado a la del bailarín, completamente ilesa. Se encontraba en un estado deplorable, hacía días que no se bañaba, se notaba en su rostro la falta de alimentación, y en sus ojos se reflejaba una mirada oscura y vacía. No respondía a las preguntas que le formulaban, solo miraba fijo, callado y seguro aquel par de ojos suyos.
 Su padre decidió trasladarlo hacia el hospital más cercano, donde fue internado y medicado hasta 1996. Esos 7 años pasaron tan lento que se le hicieron siglos, necesitaba estar en su lugar y no allí, ése no era su hogar. Cuando le dieron el alta, se enteró del incendio de La Fenice, producido por dos comerciantes unos días antes. Lo primero que hizo fue ir a ver semejante catástrofe, y se llevo una gran desilusión. Ese teatro, representaba para él una parte de su sueño, ahora desplomándose de a poco, y por partes. Es por ésto que volvió a su pequeño hogar, y pintó nuevamente y durante horas ese teatro ahora desecho. En las últimas pinceladas, observó una figura que salía por aquella puerta del teatro, con un rostro vacío pero que expresaba superioridad, luego de cometer aquel asesinato, el asesinato de un sueño reprimido.
 Con su pincel cargado de pintura, esbozó pequeños bocetos en el centro de aquel cuadro aun fresco, borrando esa imagen de su padre tan dolorosa.
 Como manda el destino, el 12 de febrero de 1996, falleció el padre del pintor.
 Esa misma noche, la felicidad no deseada irrumpió en el pintor, ahora él podía llevar a cabo su sueño sin más. Era tarde ya para darle un nuevo rumbo a las cosas. Uno podría pensar que ahora que su padre ya no estaba, ese lugar vacío en el mundo, podría ser ocupado por otro ser, un ser lleno de vida, tal vez un saxofonista, un periodista, una ama de casa, un bailarín. Tomó su retrato y lo observó por última vez con unos ojos cálidos, las manos temblorosas, y una respiración que, con cada expiración, decía adiós a ese sueño, a ese bailarín. Lo presionó sobre su rodilla con todas sus fuerzas, con las pocas que le quedaban, hasta partirlo en dos. De ambos trozos, comenzó a caer tinta roja, tinta espesa, que no era más que su propia sangre. Y ahí estaba: parado en el centro de ese cuartito tan acogedor, un poco frío y oscuro, al que llamaba hogar, ya sin un sueño, sin la posibilidad de cumplirlo. Afuera, el mundo era mejor. Afuera, no había ningún ser humano que impidiera que satisficiera sus máximos deseos. Afuera, no había ni pintura roja, ni pintores fracasados, ni frío .Esa misma noche, la felicidad no deseada irrumpió en el pintor, ahora él podía llevar a cabo su propio fin. En una esquina del cuadro, ahora dividido en dos, se leía claramente una frase escrita con letra cursiva y en color negro: “Con una imagen puedo decir mil cosas”.

1 comentario:

  1. La idea es interesante y podría resultar en un relato excelente, si vuelven sobre él con ganas de reescribirlo.
    No se entiende porqué llevar la duración de la historia a tantos años, lo que las obliga a la internación y las perturbaciones psíquicas del protagonista. Esta línea argumental debilita el intento de cuento fantástico.
    ¿Les parece imprescindible mostrar el vínculo con el padre? Creo más necesario trabajar el tema del doble, las figuras que giran en torno a la pintura y la danza, lo reprimido por el personaje.
    ¿Cómo lograr tensión e intriga para atraer la atención del lector? El final se prevé demasiado pronto y no sorprende.
    Revisar puntuación y el uso literario del discurso.
    Buen trabajo: 7

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