En mi
vida hay épocas, etapas caracterizadas por algo en especial. Momentos y
elementos imprescindibles en mi forma de ser. La lectura y la literatura son
una de esas cosas que me atraviesan, desde mi niñez temprana hasta la
niñez/adolescencia de hoy en día.
“La gallina Carolina, corre, salta,
camina. Ha dejado el gallinero y va en busca del granjero…”.
Ese es mi primer recuerdo, un libro infantil titulado “Carolina en la Granja”,
que todavía está dando vueltas en mi habitación. Leído a solas, o con mi mamá,
antes era común y cotidiano, pero ahora pertenece junto con otros libritos
inolvidables, a una caja en mi ropero.
En
casa de mis abuelos, había una colección de libros para niños, llamada “Gran
Enciclopedia de los Pequeños”, que había pertenecido a mi mamá en su niñez y
que luego fue mía. Cuando me quedaba a dormir, mi abuelo, antes de dormir me
leía un capítulo de alguna de esas, el que yo quisiera. Tenía ilustraciones
bellísimas. Esa fue mi primera puerta al mundo, supongo.
Fue
en el jardín de infantes que me definí como lectora de biblioteca. Me
prestaban libritos de la pequeña
biblioteca del jardín. Aunque ahora mismo no concurra a ninguna, (porque con los
libros que hay en casa tengo para entretenerme todavía) desde el verano en el
que iba a empezar la primaria, hasta hace unos dos años, era socia de la
biblioteca popular Cornelio Saavedra. Era sensacional elegir, traer a casa,
comentar, y luego leer. Leer de noche. Leer por placer. Siempre leí antes de
dormir. Era inusual que lo hiciera en otro momento del día. Ahora el cansancio
lo hace imposible.
Leo
mucho menos que en mis años de primaria. Me da pena, porque realmente
disfrutaba de la lectura. Leo en mi cuarto, en el colegio, en el colectivo. No
puedo leer en presencia de ciertas personas, o algunas situaciones, porque me
desconcentro muy fácilmente. Intento terminar los libros que elijo comenzar,
pero estos últimos años me cuesta. Voy lento, no me engancho como antes. De
todas formas, no me preocupa, porque conozco la causa de este trastorno. Hace
dos años, cambié mi forma de leer. Y no solo libros, sino música, y también de
hacer música. Quizás hace cinco años, leía varios libros al mes, pero luego de
terminarlo, olvidaba el contenido. No todo, me quedaba una vaga idea del
conflicto principal, pero los finales se me escapaban siempre. Lo mismo pasaba con las piezas que tocaba: la
leía, la estudiaba, perfeccionaba un poco la interpretación, y listo, a otra
cosa. Nunca tocaba de memoria, y luego, si quería tocar alguna de nuevo, tenía
que volver a hacer el mismo proceso de lectura para acordarme un poco, y
volverla a estudiar. Con el último profesor de piano que tuve, comencé planteándole
mi problema: me angustiaba no poder recordar las cosas que toqué hace más de un
año. Allí comenzó el proceso de aprender a analizar la obra al mismo tiempo de
leerla y estudiarla, para luego interpretarla de memoria, sin la ayuda de la
partitura. Eso le dio una nueva estructura a mi forma de leer literatura, se me
hizo mucho más difícil y complejo, como también llegar a interpretar una pieza
según mis nuevas aspiraciones. Los libros que comencé a elegir no eran tan
ligeros como antes. Pero ahora, aunque me cueste terminar mis lecturas y muchas
las abandono simplemente porque no encuentro el deseo de leer, sé que en cada
lectura aprendo algo nuevo que permanece conmigo en mi memoria, como también
así lo hace la música que hago. Es un esfuerzo, pero muy satisfactorio.
Mi
autor favorito de niña, es Elsa Bornemann. Ese fue, al menos, el primer nombre
que se me vino a la mente. Después aparecen Luis Pescetti, Graciela Cabal,
María Inés Falconi, Graciela Montes, Roald Dahl, María Brandán Araoz, María
Elena Walsh y varios otros que están en la biblioteca de mi cuarto. Biblioteca
de los libros comprados. También me solían gustar mucho los policiales, y los
de terror. Ahora no tengo un género literario favorito, así como tampoco un
autor predilecto. Me intereso en los libros que me recomiendan, en los clásicos
universales. Trato de cubrir el espectro, ampliarlo. Hace poco terminé, luego de casi un año de
tenerlo abandonado (¡¡Más no olvidado!!) “Los Miserables”. Ese libro cambió un
poco mi vida, y haberlo terminado lo considero como una hazaña. Otro libro que
cambió cosas fue “Los señores Moc y Poc” de Pescetti, y también “El Mundo de
Sofía” de Gaardner. Un libro de los tantos que no pude terminar de leer, es
“Rayuela”. Fue hace tres o cuatro años. Me lancé a sus brazos, muy encantada,
pero dudo que realmente lo estuviera leyendo. Elegí el camino corto, y para el
capítulo 48, empezó a perder el sentido. Obviamente no lo entendí como debiera
ser. Lo dejé, y nunca más lo retomé. Quizás ahora o dentro de un tiempo sea el
momento oportuno para volverlo a leer desde el comienzo, y esta vez, hacer la
rayuela.
Cuando
empiezo un libro, me detengo en la contratapa, y después leo todo lineal mente
sin saltear nada, desde la dedicatoria, pasando por el prólogo, hasta el índice
final. Por último lo cierro, y contemplo la tapa, a modo de despedida.
La
lectura obligatoria no lo es para mí. Uno siempre puede elegir leer o no. Leer
por deber es más que algo desagradable; es un desafío, pero al final lo termino
disfrutando. Si trato de averiguar qué sentido puede tener la literatura en la
escuela, no lo encuentro, porque para mí la literatura es algo que sirve o no a
cada persona, el sentido parte de nosotros. Y si la idea es que la literatura
nos ayude en nuestra formación cultural y moral, estoy totalmente de acuerdo.
Pero cuando en las clases, se ha analizado, discutido, hablado acerca de las
lecturas obligatorias que tuvimos, nunca
se habló del efecto que tuvo el libro en cada uno, nunca se compartió la
intimidad de la lectura, como pretende hacer esta biografía. Más valioso y enriquecedor,
sería analizar cómo se relaciona el libro con nosotros, los lectores, más que
contemplarlo solamente como algo ajeno y únicamente propio al autor y el
contexto en el que fue escrito. Ese es el sentido que debería tener la
literatura en la escuela. Es sorprendente cómo un objeto, que contiene una fracción de la esencia de una persona desconocida, (que quizás ni siquiera es contemporánea a
nosotros), modifica nuestra vida, nuestra forma de pensar, a través de algo tan poco
común (y al mismo tiempo muy común) y fantástico como es creer en la mentira de la ficción. Confiar
ciegamente en una realidad lejana a la nuestra, darnos el tiempo de conocer a
personajes que realmente no existieron, si no fuera por la vida que le dio el
autor y también nosotros, que se la volvemos a dar. Llegar a disfrutar de eso que nos involucra sin darnos cuenta. Hay varios muchos que
seguramente pensaron esto. Después de todo, fantasear, usar la imaginación
nunca es malo; es más, es necesario.
Leyéndote, queda clarísimo que lectora no se nace sino que es una actividad que nos va haciendo a medida que leemos. Cuando desde la infancia hemos convivido con los libros, ya no podemos vivir sin ellos (aunque este amor quizás precisamente no se nos transmitió en el colegio), nos van marcando y llegan a convertirse en algo propio. Después de reír, llorar y trasnochar con las historias contadas por tantos autores sus experiencias se transforman en una “parte importante de la propia vida”.
ResponderEliminarRecuperar con esta tarea algunos tramos de este recorrido es regresar al punto de partida para comprender cómo, para qué, porqué leemos; es descubrir que pensamiento y emoción van juntos y, entonces, leyendo me leo a modo de bienvenida cada vez que sucede.
Gracias por compartir y ayudarme a comprender un poquito más de este viaje en el aprendemos juntas.