viernes, 29 de marzo de 2013

Al Pasar El Tiempo - Emilia Vega



En mi vida hay épocas, etapas caracterizadas por algo en especial. Momentos y elementos imprescindibles en mi forma de ser. La lectura y la literatura son una de esas cosas que me atraviesan, desde mi niñez temprana hasta la niñez/adolescencia de hoy en día.

“La gallina Carolina, corre, salta, camina. Ha dejado el gallinero y va en busca del granjero…”. Ese es mi primer recuerdo, un libro infantil titulado “Carolina en la Granja”, que todavía está dando vueltas en mi habitación. Leído a solas, o con mi mamá, antes era común y cotidiano, pero ahora pertenece junto con otros libritos inolvidables, a una caja en mi ropero.

En casa de mis abuelos, había una colección de libros para niños, llamada “Gran Enciclopedia de los Pequeños”, que había pertenecido a mi mamá en su niñez y que luego fue mía. Cuando me quedaba a dormir, mi abuelo, antes de dormir me leía un capítulo de alguna de esas, el que yo quisiera. Tenía ilustraciones bellísimas. Esa fue mi primera puerta al mundo, supongo.

Fue en el jardín de infantes que me definí como lectora de biblioteca. Me prestaban  libritos de la pequeña biblioteca del jardín. Aunque ahora mismo no concurra a ninguna, (porque con los libros que hay en casa tengo para entretenerme todavía) desde el verano en el que iba a empezar la primaria, hasta hace unos dos años, era socia de la biblioteca popular Cornelio Saavedra. Era sensacional elegir, traer a casa, comentar, y luego leer. Leer de noche. Leer por placer. Siempre leí antes de dormir. Era inusual que lo hiciera en otro momento del día. Ahora el cansancio lo hace imposible.

Leo mucho menos que en mis años de primaria. Me da pena, porque realmente disfrutaba de la lectura. Leo en mi cuarto, en el colegio, en el colectivo. No puedo leer en presencia de ciertas personas, o algunas situaciones, porque me desconcentro muy fácilmente. Intento terminar los libros que elijo comenzar, pero estos últimos años me cuesta. Voy lento, no me engancho como antes. De todas formas, no me preocupa, porque conozco la causa de este trastorno. Hace dos años, cambié mi forma de leer. Y no solo libros, sino música, y también de hacer música. Quizás hace cinco años, leía varios libros al mes, pero luego de terminarlo, olvidaba el contenido. No todo, me quedaba una vaga idea del conflicto principal, pero los finales se me escapaban siempre.  Lo mismo pasaba con las piezas que tocaba: la leía, la estudiaba, perfeccionaba un poco la interpretación, y listo, a otra cosa. Nunca tocaba de memoria, y luego, si quería tocar alguna de nuevo, tenía que volver a hacer el mismo proceso de lectura para acordarme un poco, y volverla a estudiar. Con el último profesor de piano que tuve, comencé planteándole mi problema: me angustiaba no poder recordar las cosas que toqué hace más de un año. Allí comenzó el proceso de aprender a analizar la obra al mismo tiempo de leerla y estudiarla, para luego interpretarla de memoria, sin la ayuda de la partitura. Eso le dio una nueva estructura a mi forma de leer literatura, se me hizo mucho más difícil y complejo, como también llegar a interpretar una pieza según mis nuevas aspiraciones. Los libros que comencé a elegir no eran tan ligeros como antes. Pero ahora, aunque me cueste terminar mis lecturas y muchas las abandono simplemente porque no encuentro el deseo de leer, sé que en cada lectura aprendo algo nuevo que permanece conmigo en mi memoria, como también así lo hace la música que hago. Es un esfuerzo, pero muy satisfactorio.

Mi autor favorito de niña, es Elsa Bornemann. Ese fue, al menos, el primer nombre que se me vino a la mente. Después aparecen Luis Pescetti, Graciela Cabal, María Inés Falconi, Graciela Montes, Roald Dahl, María Brandán Araoz, María Elena Walsh y varios otros que están en la biblioteca de mi cuarto. Biblioteca de los libros comprados. También me solían gustar mucho los policiales, y los de terror. Ahora no tengo un género literario favorito, así como tampoco un autor predilecto. Me intereso en los libros que me recomiendan, en los clásicos universales. Trato de cubrir el espectro, ampliarlo.  Hace poco terminé, luego de casi un año de tenerlo abandonado (¡¡Más no olvidado!!) “Los Miserables”. Ese libro cambió un poco mi vida, y haberlo terminado lo considero como una hazaña. Otro libro que cambió cosas fue “Los señores Moc y Poc” de Pescetti, y también “El Mundo de Sofía” de Gaardner. Un libro de los tantos que no pude terminar de leer, es “Rayuela”. Fue hace tres o cuatro años. Me lancé a sus brazos, muy encantada, pero dudo que realmente lo estuviera leyendo. Elegí el camino corto, y para el capítulo 48, empezó a perder el sentido. Obviamente no lo entendí como debiera ser. Lo dejé, y nunca más lo retomé. Quizás ahora o dentro de un tiempo sea el momento oportuno para volverlo a leer desde el comienzo, y esta vez, hacer la rayuela.     

Cuando empiezo un libro, me detengo en la contratapa, y después leo todo lineal mente  sin saltear nada, desde la dedicatoria, pasando por el prólogo, hasta el índice final. Por último lo cierro, y contemplo la tapa, a modo de despedida.

La lectura obligatoria no lo es para mí. Uno siempre puede elegir leer o no. Leer por deber es más que algo desagradable; es un desafío, pero al final lo termino disfrutando. Si trato de averiguar qué sentido puede tener la literatura en la escuela, no lo encuentro, porque para mí la literatura es algo que sirve o no a cada persona, el sentido parte de nosotros. Y si la idea es que la literatura nos ayude en nuestra formación cultural y moral, estoy totalmente de acuerdo. Pero cuando en las clases, se ha analizado, discutido, hablado acerca de las lecturas obligatorias que tuvimos,  nunca se habló del efecto que tuvo el libro en cada uno, nunca se compartió la intimidad de la lectura, como pretende hacer esta biografía. Más valioso y enriquecedor, sería analizar cómo se relaciona el libro con nosotros, los lectores, más que contemplarlo solamente como algo ajeno y únicamente propio al autor y el contexto en el que fue escrito. Ese es el sentido que debería tener la literatura en la escuela. Es sorprendente cómo un objeto, que contiene una fracción de la esencia de una persona desconocida, (que quizás ni siquiera es contemporánea a nosotros), modifica nuestra vida, nuestra  forma de pensar, a través de algo tan poco común (y al mismo tiempo muy común) y fantástico como es creer en la mentira de la ficción. Confiar ciegamente en una realidad lejana a la nuestra, darnos el tiempo de conocer a personajes que realmente no existieron, si no fuera por la vida que le dio el autor y también nosotros, que se la volvemos a dar. Llegar a disfrutar de eso que nos involucra sin darnos cuenta. Hay varios muchos que seguramente pensaron esto. Después de todo, fantasear, usar la imaginación nunca es malo; es más, es necesario.



1 comentario:

  1. Leyéndote, queda clarísimo que lectora no se nace sino que es una actividad que nos va haciendo a medida que leemos. Cuando desde la infancia hemos convivido con los libros, ya no podemos vivir sin ellos (aunque este amor quizás precisamente no se nos transmitió en el colegio), nos van marcando y llegan a convertirse en algo propio. Después de reír, llorar y trasnochar con las historias contadas por tantos autores sus experiencias se transforman en una “parte importante de la propia vida”.
    Recuperar con esta tarea algunos tramos de este recorrido es regresar al punto de partida para comprender cómo, para qué, porqué leemos; es descubrir que pensamiento y emoción van juntos y, entonces, leyendo me leo a modo de bienvenida cada vez que sucede.
    Gracias por compartir y ayudarme a comprender un poquito más de este viaje en el aprendemos juntas.

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