Despertarse
Un calor
abrumador acecha mi cuerpo y lo recorre de pies a cabeza. Atrapado, obnubilado,
encerrado, la puerta parece distar a kilómetros de distancia y cuando menos lo
espero, comienza la tortura de las seis y treinta. Ese martirio incesante,
trescientos segundos como si fueran flechas, atravesando mi cuerpo, derramando
gota a gota la sangre, que fluye como el cauce de un río. Es demasiado tarde,
intento abrir los ojos, pero cuando me doy cuenta los estoy entornando. Los
incesantes se vuelven infinitos y el momento, eterno.
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