Meandros
Tenía la garganta seca. Acezando, manotea la botella en la mesita de luz mientras se le llena el cuerpo de fastidio debajo de las sábanas. Más a un costado o por el borde, libros que terminan por el piso y el ruido punzante de un anillo contra el suelo. En el silencio de la noche todo se transforma y agiganta. Incluso un monstruo de faringe encendida puede aparecer sigilosamente debajo de la cama, listo para tomarte por sorpresa.
Todo vuela y cae en la oscuridad, con ojos cerrados se levanta la bestia y a tumbos las pisadas resuenan hasta que llegan a la cocina. Botella que se reencuentra con manos que la sujetan violentamente, la raptan, la abren y le quitan su contenido cuando labios resquebrajados se hacen de su pico. Ella gime y suplica, el agua la abandona. Pero el monstruo aún sigue sediento, todo se evapora en sus fauces ardientes. Luego del dulzor del agua escondida, se vuelve para continuar con el sueño que hace poco soñaba.
De regreso al lecho, contundente se acuesta y su cuerpo respira. No tarda en recorrerlo un escalofrío desde la nuca. Oye el silencio, y entre la sospecha una respiración a su lado. El peso de algo o alguien en su colchón. Petrificado no atina a prender la luz, y un sudor recorre sus manos conturbadas. Siente cómo se acerca la presencia y cómo parece observarlo. Siente la humedad que lo envuelve y empapa lentamente las sábanas. Se estremece con el vaivén de su cama, y un murmullo constante viene desde abajo. Trata de ignorar todo, de dormir aunque sus mandíbulas traten de apresar su aliento. En su lecho, río abajo se desprende un tronco, que queda flotando a la deriva otra noche más.
Reparo
Yo, Rosa y su familia vivimos en este pueblo hace muchos años. Tuve la suerte de conocer a su hija María. Cuando ella tenía diecinueve (hará unos diez años atrás creo), una mañana caminaba hacia la parada del colectivo y fue atropellada por un chico que andaba en bicicleta. Pese a que no la golpeó muy fuerte, la muerte quiso llevarse a la joven María, cuando al caer su cabeza impactó el cordón de la vereda y desfalleció en el acto. El duelo fue largo, la lloraron y extrañaron, porque cuando una hermosa flor es arrancada, siempre se hace más duro el pesar y más terco el recuerdo. Sin embargo, la familia tomó la decisión de donar el cuerpo de la muchacha a la salud pública, es sabido que los cuerpos jóvenes siempre son bienvenidos y necesarios.
La otra tarde, me encontré con Rosa en el vivero de la esquina de lo de Roberto, y me invitó a tomar unos amargos a su casa. Al entrar a la cocina comedor, noté las fotos viejas descansando arriba de la heladera y en la repisa. María estaba en varias de ellas junto a sus hermanos, con su amplia sonrisa, sus bellos ojos verdes. Entre la charla, los mates y las facturas, en una de esas Rosa me dice que tiene noticias de María. Mi primer pensamiento fue de pena, me pareció raro que anduviera diciendo esas cosas luego de tanto tiempo. Me dijo que un día se cruzó con alguien por la calle, que no era nadie en particular. Ni recuerdo ya si era mujer o varón. Estaba parada mirándola sin disimulo alguno, realmente confundida; mirando su rostro, tratando de buscar en la memoria ese lugarcito donde encontrara el día en el que había visto a esa persona. Me quedé seca cuando simplemente su mirada y la mía se encontraron, y te juro Luis, te juro que esos ojos verdes eran de ella. Si, aunque no me creas, mi María y yo juntas otra vez.